miércoles, 2 de abril de 2014

Vigencia de Lenin, el Che y Chávez. REVOLUCIÓN, SOCIALISMO Y VANGUARDIA EN EL SIGLO XXI.

Por Carlos Fonseca Terán.


El viejo orden no caerá si no se le hace caer.

Decía Lenin que el viejo orden nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, caerá, si no se le hace caer,1 y aunque las causas de ello fueron debidamente expuestas por él en su época, hoy a la luz de experiencias exitosas y fallidas de luchas revolucionarias, así como en la construcción del socialismo, y teniendo además en cuenta los grandes cambios ocurridos en la historia, podemos identificar viejas y nuevas razones que otorgan vigencia a esta afirmación, tomando en consideración las ya identificadas por el líder bolchevique.

Si el socialismo como transición al comunismo es la racionalidad y espiritualidad como componentes de la condición humana puestos a disposición de ésta para la creación (por ello mismo consciente) de la realidad social, el capitalismo por su parte es también la máxima expresión de la racionalidad humana, pero puesta a disposición de un orden social que actúa contra la misma, es decir la racionalidad humana llevada a su máxima expresión en el ámbito social, pero contra sí misma y por consiguiente, una diferencia fundamental entre ambos es que mientras el socialismo sólo puede construirse de manera consciente, el capitalismo se crea a sí mismo, espontáneamente, lo cual es una de sus semejanzas con sistemas sociales históricamente anteriores a él.

El capitalismo es el único sistema de opresión científicamente organizado, con posibilidades objetivamente inagotables de autorreproducción hasta hacer colapsar con él a la civilización en su conjunto, si no a la especie humana como tal; es decir, que contar con su derrumbe espontáneo para su sustitución por el socialismo es como esperar a que no haya sociedad humana que transformar mediante la instauración del orden social que lo reemplazará.

La autorreproductibilidad objetiva del capitalismo está subjetivamente incorporada en los reflejos condicionados de los sujetos individuales y sociales por él alienados (tanto opresores como oprimidos), lo cual se ve facilitado por una característica distintiva del capitalismo con respecto a los sistemas de opresión que le preceden: la posibilidad de generar en sus víctimas ilusiones de mejoramiento, como resultado de la movilidad social individual que también lo distingue de los sistemas anteriores, lo cual impide que sus víctimas (es decir, los oprimidos, que por lo general no vinculan su desdicha con su condición como tales, de la cual generalmente no poseen conciencia) puedan pasar a ser, de forma natural, luchadores contra un sistema que además de oprimirles, crea su alienación espiritual y el atrofiamiento de su racionalidad, precisamente como manera de frustrar sus posibilidades de luchar por la sustitución de dicho sistema por otro en el cual desaparezca esa opresión de la que tales víctimas de la misma no son espontáneamente conscientes.

Para que el capitalismo caiga como sistema sin que desaparezca con él la civilización como tal o incluso la especie humana, debe ser sustituido por el único sistema que solamente puede ser conscientemente instaurado, que es el socialismo, en cuya razón de ser está incorporado el fin de la opresión política y económica (la explotación, en este último caso) entre los seres humanos, mediante el control del poder político por las clases antes oprimidas como producto de su condición de explotadas, y de la producción y la distribución de la riqueza según el aporte de cada uno a su creación, unidos ambos principios (el poder en manos de las clases populares y la socialización de la propiedad sobre los medios de producción) al aseguramiento de la protección social universal, todo ello como condición previa a la distribución según las necesidades (propia del comunismo), que requiere el predominio de las motivaciones espirituales para el trabajo, rigiendo en ambos tipos de distribución (la socialista, según el trabajo y la comunista, según las necesidades) al principio de que cada cual aporte según su capacidad a la producción de bienes materiales y la creación de la riqueza.

El mencionado cambio en el criterio distributivo resulta inconcebible sin el predominio de determinados valores en la conciencia social, los cuales según señala el Che (en lo cual consistía su principal crítica al socialismo soviético) no surgen espontáneamente de la estructura económica, sino que deben hacerse surgir de ella intencionalmente mediante determinados mecanismos, lo cual se corresponde con el hecho ya explicado de que el sistema sustituto del capitalismo en el marco de la vida civilizada de la sociedad humana es el único y primero en la historia que no se puede instaurar sin su construcción consciente, incluyendo esto último el carácter deliberado de dicha construcción social y el conocimiento de las leyes objetivas que rigen la realidad correspondiente, para la aplicación subjetiva de las mismas con el objetivo de generar los cambios que se persiguen en dicha realidad, y que la misma demanda históricamente.

El socialismo como transición al comunismo, única alternativa histórica civilizada no sólo frente al capitalismo, sino también frente al neoliberalismo.

El hecho de que la crisis del capitalismo no implique la inevitabilidad de su sustitución por el socialismo no necesariamente significa que sea viable una versión no neoliberal del capitalismo; viable tanto en sentido civilizatorio como en sentido socioeconómico y político, no solamente porque sin civilización no puede haber capitalismo ni socialismo, sino porque como veremos, el capitalismo (sea neoliberal o no) ha perdido viabilidad en todos los aspectos de la vida social, lo cual sin embargo, no significa que dicho sistema no pueda funcionar, pues suele confundirse su evidente inviabilidad para el ser humano con su inextinguible viabilidad para sí mismo como sistema; es decir, el capitalismo no resuelve los problemas del ser humano y es contrario a la condición de éste como tal, pero funciona, porque en él siempre hay un sector dominante a cuyos intereses responde de forma indefinida en el tiempo, lo cual sumado a las otras razones arriba planteadas, hacen de él el único sistema social de la historia que no puede ser destruido espontáneamente por sus propias contradicciones, aunque éstas sean propicias e indispensables para su destrucción que sin embargo, no será real si no es deliberada o intencional, tal como Lenin señalaba como producto no solamente de lo acertado de la caracterización que hizo de su época, sino de la capacidad que tuvo de anticiparse en muchos aspectos a la actual.

Al no ser viable socioeconómica y políticamente, el capitalismo tampoco es útil como instrumento para el desarrollo de las fuerzas productivas en un proceso social que vaya rumbo al socialismo, lo cual no significa que sea viable suprimir la participación económica de los grandes propietarios individuales sobre los medios de producción en el desarrollo de un país con rumbo al socialismo, sino que en un contexto de este tipo no es viable promoverlo como modo de producción, siendo por tanto necesario promover formas de propiedad y métodos de control popular de la producción y la distribución que contribuyan a la transformación socialista de las relaciones de producción en el marco de un proceso de cambio social orientado hacia el socialismo o que tenga como meta la creación de condiciones en caso de que no existan, para la instauración del socialismo, independientemente de lo prolongado que deba ser el tiempo a transcurrir para alcanzar ese objetivo.

Por tanto, si se trata de un cambio social cuyo objetivo es el socialismo o al menos la creación de condiciones para su instauración, la única alternativa al neoliberalismo no puede ser otra variante del capitalismo, sino la construcción del socialismo, que no debe confundirse con su instauración, no siendo sin embargo ésta la culminación de aquélla, ya que al instaurarse, el socialismo se sigue construyendo debido a su carácter transicional con relación al comunismo, cuya instauración no significa que llegue a su fin la construcción consciente de la realidad social, sino que por el contrario, ésta apenas comienza en toda su plenitud. Tal como señalara el Che, las condiciones subjetivas para la distribución comunista de la riqueza (es decir, según las necesidades) deben crearse en el socialismo si se pretende que éste sea efectivamente, la transición al comunismo, razón por la cual hasta cierto punto, la construcción del socialismo y la del comunismo adquieren un carácter simultáneo en lo que puede considerarse como la construcción social consciente.

Ya cuando Lenin planteó la imposibilidad de que el orden de cosas establecido cayera por su propio peso en las condiciones del capitalismo, por características de éste que pasaron a ser decisivas en su fase imperialista de desarrollo (que él caracterizó precisamente como la prolongación artificial del capitalismo cuando sus contradicciones han puesto a la orden del día la inminencia de su colapso), se imponía la necesidad también señalada por Lenin en base a su caracterización del momento histórico y la identificación que hiciera de las características en cuestión, de lo que se constituía como la necesidad histórica de un nuevo sujeto político: la vanguardia revolucionaria cuyas características la hicieran capaz de crear o identificar las condiciones adecuadas para el cambio revolucionario, convirtiendo la situación revolucionaria creada, propiciada o identificada como tal por dicha vanguardia, en una revolución cuyo objetivo fuera la sustitución del capitalismo por el socialismo.

Las características generales de esa vanguardia revolucionaria (que hacen de ella una organización política de nuevo tipo para la época en que esto fue planteado por Lenin y en comparación con el tipo de organización política tradicional), son: El carácter permanente de sus estructuras, regidas por un conjunto de principios que constituyen el centralismo democrático; y la existencia de cuadros políticos dedicados a la organización política como ocupación a tiempo completo. El centralismo democrático, al igual que la vanguardia misma, suele ser erróneamente asociado como tal a lo que en realidad es una de sus variantes posibles. Con posterioridad veremos cuál es la variante específica de vanguardia y de centralismo democrático que se corresponden con la época actual, distintas a las que fueron propias del siglo XX.

La revolución electrónica, al poner en crisis las relaciones salariales creadas por la revolución industrial – sin embargo, expulsando ambas de la economía (cada una en su momento) gran cantidad de fuerza de trabajo –, pone con ello en crisis la intermediación como modo de ejercer el poder, que se manifiesta en el caso del capitalismo en lo económico con la propiedad privada en tanto creadora del burgués como intermediario entre el trabajador y el control de la producción y de la riqueza producida, y en lo político con los representantes y gobernantes como intermediarios entre el ciudadano y el control de la institucionalidad, mientras en el caso del viejo socialismo la intermediación como poder se ponía de manifiesto en lo económico con el Estado y en lo político con el Partido como intermediarios entre los mismos factores mencionados.

El neoliberalismo es por ello el único capitalismo posible en estos tiempos, ya que es la única manera que tiene éste de reducir la intermediación como forma de poder, que le es sin embargo inherente, contrario a lo que sucede con el nuevo modelo socialista actualmente en construcción práctica y teórica, el cual como veremos, puede suprimir en el seno de su propia esencia como sistema, la intermediación ejercida como poder en lo económico y lo político, mientras el capitalismo, además de su ya señalada limitante en este sentido, a través del neoliberalismo como única fórmula anti-intermediadora a su alcance, ni siquiera suprime a los intermediarios que le son propios, sino a un intermediario ajeno, propio del anterior modelo socialista, y solamente en lo económico: el Estado como gestor directo exclusivo de la economía.

El nuevo socialismo, en cambio, apunta hacia la supresión de la función intermediadora como forma de poder ejercida por sus dos grandes intermediarios. El Estado deja de ser intermediario económico al ser ejercida la propiedad directamente por los trabajadores, pero sin renunciar a su carácter como medio de ejercer un poder de clase en tanto esto sea necesario, como tampoco renuncia a ello el capitalismo neoliberal (menos aún, pues la necesidad del poder depende de los antagonismos de clase, inherentes a los sistemas de opresión, de los cuales el capitalismo es la más desarrollada expresión). En el nuevo socialismo tampoco desaparece la propiedad estatal en las áreas económicas cuyas características así lo requieren, dependiendo ello de su naturaleza y de la situación política concreta. Por su parte, el otro gran intermediario como sujeto de poder del antiguo modelo socialista, que es el Partido, deja atrás en el nuevo modelo socialista esa función, dejando de ejercer la intermediación política entre los ciudadanos y las instituciones mediante las que se controla el poder, pero sin dejar de cumplir su misión histórica de conducir como vanguardia el proceso revolucionario.

El ciudadano, las clases populares, la vanguardia y el problema del sujeto revolucionario en relación con el carácter revolucionario de un proceso de transformación social.

La vanguardia en el nuevo modelo socialista ejerce su indispensable papel conductor (sin el cual es inconcebible el carácter consciente de la construcción del socialismo) ahora exclusivamente a través del trabajo político e ideológico permanente de sus estructuras presentes en todos los ámbitos de la vida social y en todos los espacios institucionales creados como parte del modelo en construcción para que desde ellos el poder político sea ejercido directamente por los ciudadanos, que pasan así de ser los sujetos individuales y pasivos de la democracia representativa legitimadora del capitalismo o los sujetos colectivos subordinados de la democracia burocrática del anterior modelo socialista, a ser los sujetos sociales y activos-protagónicos de la democracia directa como nuevo modelo político del socialismo y por tanto, sujetos políticos protagónicos del nuevo modelo socialista, en tanto la vanguardia sigue siendo el sujeto político conductor del cambio revolucionario, ya sin sustituir en el ejercicio del poder a las clases sociales cuyos intereses defiende, que son las clases populares puestas de manifiesto como los ciudadanos en tanto los sujetos sociales que éstos son.

Se pasa así de la vanguardia como partido de nuevo tipo a la vanguardia de nuevo tipo, que para ejercer eficazmente su papel conductor debe estar abierta a la sociedad, lo cual entre otras cosas le sirve para actuar con efectividad en el ámbito del pluripartidismo como contexto político impuesto por las circunstancias históricas. Otro elemento indispensable para la eficacia del papel conductor de la vanguardia en la actualidad es la forma horizontal de dirección y organización, que no niega el carácter jerárquico de éstas, sino que garantiza los más altos niveles posibles de participación de la militancia en la definición de las línea políticas y en las tomas de decisiones de la dirigencia, para que las posiciones políticas a ser promovidas desde los nuevos espacios del poder ejercido directamente por las clases populares estén en correspondencia con la voluntad popular, llevada al seno de la vanguardia por esa militancia que se encuentra en sistemática y permanente vinculación con el pueblo, que en tales circunstancias se autoeduca mediante la acción decisoria que el modelo le atribuye, de manera que la vanguardia revolucionaria define junto al pueblo las posiciones que éste asumirá en todos los ámbitos de la vida política y social.

El centralismo democrático como conjunto de principios que constituyen el método científico para el funcionamiento de la vanguardia debe ser transformado de igual forma que la vanguardia misma, adecuándose a las nuevas características de ésta ya señaladas, de modo que tales principios consistan en mantener el necesario carácter jerárquico de estructuras y decisiones, unir la búsqueda de consenso al principio de subordinación de la minoría a la mayoría, y consolidar el método y el estilo de trabajo leninistas, consistiendo el primero (el método) en el carácter colectivo del trabajo, la dirección y las decisiones, el carácter único de estas dos últimas, y el carácter individual de las responsabilidades; y consistiendo el segundo (el estilo) en la vinculación con el pueblo, el carácter perfectible y verificable del trabajo, y el carácter constructivo de la crítica (frontal, fraterna, hecha en el momento y el lugar adecuados).

Sin lucha revolucionaria no hay vanguardia que logre crear y/o identificar las condiciones objetivas para el triunfo revolucionario, y sin vanguardia política no hay lucha revolucionaria que logre convertir ese conjunto de condiciones en una revolución triunfante, para lo cual hacen falta condiciones subjetivas, cuyo común denominador es precisamente la existencia de esa vanguardia, con lo que se plantea la presencia de lo que Lenin denomina una situación revolucionaria, que aún con la existencia y la acción de la vanguardia creando y/o identificando las condiciones objetivas requeridas, no necesariamente podrá convertirse en una revolución. En cuanto a las condiciones objetivas necesarias (pero no suficientes) al respecto, Lenin plantea que para el triunfo de una revolución no suele bastar con que los de abajo no puedan, sino que hace falta, además, que los de arriba no puedan seguir viviendo como hasta entonces.2

La revolución se puede hacer y el socialismo se puede comenzar a construir aún cuando no hay condiciones, pues la revolución se hace y el socialismo se construye desde el momento en que se comienzan a crear esas condiciones, ya que desde entonces la revolución y el socialismo comienzan a manifestarse en la conciencia social, que es donde más necesidad hay de que esto suceda, y debido al carácter de dicha misión histórica, ésta solamente puede ser asumida por la vanguardia revolucionaria. Pero igual, aún habiendo condiciones para la revolución y el socialismo, sólo una vanguardia es capaz de hacer efectivas ambas cosas, debido al carácter de ellas. Cuando no hay condiciones para construir el socialismo, las reformas pueden ser el inicio de su construcción, pero no cualquier reforma, y en dependencia de la manera en que las mismas se implementen.

Tales reformas son el inicio de la construcción del socialismo cuando adquieren carácter revolucionario, el cual consiste en que estén deliberadamente orientadas hacia la creación de condiciones apropiadas para la instauración del socialismo y que vayan acompañadas de toda una pedagogía revolucionaria masiva, la cual solamente la vanguardia (debido entre otras cosas, a las características que la definen como tal) es capaz de poner en práctica a través de su estructura política y su liderazgo, al igual que sólo la vanguardia puede imprimir orientación socialista a las reformas, pues éstas (cualesquiera que sean) siempre se orientarán en otra dirección en ausencia de la conducción política que sólo la vanguardia puede ejercer, debido al carácter consciente de la construcción del socialismo.

Aunque toda reforma puede ser orientada hacia el socialismo, puede haberlas de un tipo cuya razón de ser esté únicamente en crear las condiciones para su instauración, pero aún éstas quedan sin esa razón de ser en ausencia de la vanguardia revolucionaria. Por otra parte, la ausencia de este tipo de reformas impide que cualquier conjunto de otro tipo de éstas pueda ser orientado al socialismo e impide también que la vanguardia esté en condiciones de ejercer la pedagogía revolucionaria en cuestión. Las características de tal tipo de reformas sólo pueden ser definidas en el marco de cada situación concreta dada y en base a los principios del poder al servicio de los intereses de las clases populares, la socialización de la propiedad sobre los medios de producción y la creación de la conciencia social que se corresponda con el cambio que se pretende en las relaciones de producción.

La vanguardia revolucionaria está integrada por individuos que, identificados con los intereses de las clases populares, han alcanzado un mayor nivel de conciencia acerca de esos intereses y por consiguiente, de la necesidad de impulsar la transformación revolucionaria de la sociedad como la más alta expresión de la defensa de los mismos. Es decir, la vanguardia revolucionaria no está por encima de las clases populares, sino que es la manifestación política organizada y más desarrollada de éstas, cuyos intereses se corresponden con la transformación revolucionaria de la sociedad (que desde el surgimiento del capitalismo consiste en la sustitución de éste por el socialismo como transición al comunismo), debido a que constituyen el conjunto de las clases sociales definidas por su condición de explotadas en el capitalismo, razón por la cual el ejercicio del poder por ellas es la característica política fundamental del socialismo en general, así como en el ámbito económico lo es la socialización de la propiedad sobre los medios de producción.

Como ya ha quedado en evidencia y planteado con anterioridad, al ser posibles la revolución y el socialismo en todo momento, y al ser el neoliberalismo la única variante posible del capitalismo en la era de la revolución electrónica, la alternativa de la izquierda ante la versión neoliberal del capitalismo no puede ser un capitalismo nacional o cualquier otra variante del sistema socioeconómico y político imperante, sino el socialismo. Éste, sin embargo, también debe ser la alternativa frente a su versión histórica anterior, la cual no puede responder a los desafíos de la época actual, por las razones que hemos planteado antes.

La construcción social consciente o lo que es igual, la construcción del socialismo y el comunismo (secuencial y simultánea a la vez, como hemos visto) es la creación por el ser humano, de una realidad social a la altura de su condición como tal, es decir de su racionalidad y su espiritualidad. La diferencia entre el socialismo y el comunismo está más en la distribución que en la producción, de modo que si bien el socialismo es un nuevo modo de producción en relación con el capitalismo debido al control de la misma por los trabajadores mediante la propiedad social sobre los medios para llevarla a cabo, el comunismo es en lo socioeconómico sobre todo un nuevo modo de distribución en relación con el socialismo (a cada quien según su trabajo en el socialismo, y según su necesidad en el comunismo), pero la principal diferencia entre el comunismo y cualquier orden de cosas anterior está en el ámbito de la conciencia social, destacándose como parte de ésta en el caso del comunismo, la motivación espiritual para el trabajo y el aprecio de lo propio, características de la conciencia sin las cuales es imposible el modo comunista de distribución, siendo por tanto el comunismo en relación con todo el orden social precedente, por encima de todo, una nueva civilización, cuya característica principal es la capacidad del sujeto de construir la realidad social objetiva de acuerdo a su condición específicamente humana en este caso, y con ello, de construirse a sí mismo en tanto que dicha realidad es, al menos en última instancia, lo que necesariamente determina las características del sujeto que la constituye.

En lo relacionado con la motivación para el trabajo, el cual hace posible la creación de la riqueza, si la distribución comunista de ésta se aplicara siendo tal motivación de tipo material, nadie trabajaría y no habría riqueza que distribuir, lo cual no significa que la creación de la riqueza sea primero que la distribución de ésta, pues de la distribución depende la manera en que la misma es creada, de lo cual a su vez depende que llegue o no a haber condiciones para la distribución según las necesidades. Es por eso que el Che plantea la necesidad de los estímulos morales sin descartar los materiales de tipo colectivo como creadores de las motivaciones espirituales para el trabajo (aunque sin hacer en su caso una diferencia explícita entre estímulos y motivaciones), adquiriendo en la actualidad una mayor importancia que en su época los estímulos materiales colectivos, debido a la tendencia a la desaparición de la intermediación estatal como forma de poder en el ámbito económico.

En cuando a la capacidad de apreciar lo propio, sin ella no habría manera de que las necesidades se autolimitaran, lo cual las haría entrar en contradicción con lo limitado de los recursos naturales, fuente de las riquezas según nos recuerda Marx en su Crítica del Programa de Gotha, su última obra y la misma en que define la diferencia entre trabajo y necesidad como criterios de distribución que distinguen el socialismo del comunismo en el ámbito socioeconómico, así como la capacidad como criterio común a ambos para el aporte de cada individuo a la creación social de la riqueza.3

Por su parte, la falta de control real de la producción por los trabajadores hizo que la mayor parte de los modelos socialistas en el siglo XX fueran un nuevo modo de distribución y no de producción en relación con el capitalismo, lo cual al contrario de lo que sucede con el comunismo en relación con el socialismo en el ámbito socioeconómico, es una anomalía que impide la transformación socialista de las relaciones de producción y con ello, se ve suprimida una condición indispensable para la creación de la nueva conciencia social, a cuya importancia fundamental para la construcción social consciente ya nos hemos referido.

Debido a razones ya señaladas, la caída del sistema capitalista no es un resultado espontáneo de sus contradicciones, sino de la acción revolucionaria que lo hace caer, a partir del conocimiento y aprovechamiento de dichas contradicciones con tal propósito. Esa acción no será efectiva si no es llevada a cabo de manera organizada por una vanguardia política cuyas características difieran de las que tradicionalmente han tenido las organizaciones políticas revolucionarias en otras circunstancias históricas, debiendo destacarse al respecto que la nueva vanguardia no debe ser sustituta de las clases populares en el ejercicio del poder, y que debe ser políticamente abierta a la sociedad y organizativamente horizontal en su vida política interna, lo cual no impide que al inicio del proceso de instauración del nuevo modelo político sea inevitable en cierto modo dicha sustitución, que debe ser eliminada gradualmente en la medida en que las clases populares adquieran la capacidad de ejercer directamente el poder o se transformen de sujetos sociales en sujetos políticos.

Las características del nuevo tipo de vanguardia tampoco pueden impedir que en determinadas circunstancias ésta deba cerrarse o verticalizarse, pues esto no es un asunto de principios, ya que mientras existan los antagonismos de clase y por tanto, mientras el poder sea necesario y como consecuencia de ello deba ejercerlo una clase o grupo de éstas, la democracia será un instrumento legitimador al servicio del poder de clase existente o en formación, mientras por su parte el poder en el caso del movimiento revolucionario, es un medio para la transformación revolucionaria de la sociedad, y el sentido que tiene por tanto el ejercicio directo del poder político por las clases populares no es tanto la instauración de la democracia como un principio ético, sino su instauración como algo indispensable para que existan condiciones adecuadas a la creación deliberada de la conciencia social requerida para lograr en el largo plazo la distribución comunista de las riquezas.

Una razón adicional a las ya señaladas para considerar que la única alternativa posible e histórica civilizada frente al neoliberalismo no es una nueva variante del capitalismo, sino el socialismo, es que para los revolucionarios, ejercer el poder no tiene sentido si no es para hacer la revolución, pues de lo contrario surge la frustración, se dividen las filas revolucionarias y retrocede la conciencia social alcanzada hasta ese momento. El poder surgió para oprimir, no para hacer la revolución, pero es indispensable para esto último, porque si no lo ejercen las clases populares lo ejercerán las clases pudientes, mientras existan los antagonismos de clase y por tanto, mientras el poder sea necesario.

El poder por tanto, es indispensable para hacer la revolución, pero es reaccionario por naturaleza, razón por la cual si no es ejercido en concordancia con los principios revolucionarios y las metas de la transformación revolucionaria de la sociedad (es decir, si no es ejercido de modo tal que deje de ser necesario en un largo plazo histórico al desaparecer las condiciones que lo definen como tal, sobre todo los antagonismos de clase), en lugar de un medio (tan indeseable como necesario) para la transformación revolucionaria de la sociedad, puede terminar siendo un medio para la deformación reaccionaria de los revolucionarios que pretenden mediante él, llevar a cabo dicha transformación.

Puede afirmarse, por tanto, que el poder es tan dañino para los que lo ejercen si éstos son revolucionarios, que no vale la pena ejercerlo si no es para hacer la revolución. Y la única manera de hacerlo de manera tal que sea para eso, es asegurando que sea ejercido directamente por las clases populares y garantizando la vinculación con ellas de la vanguardia, pues el poder deforma a los individuos, pero educa a las clases sociales que lo ejercen. Las clases pudientes, en este sentido, tienen la ventaja de que desde el punto de vista de la conciencia social que les es favorable, el ejercicio individual del poder no se contradice con el ejercicio del poder por la clase social cuyos intereses defienden los individuos que lo ejercen.

Debe dejarse claro, sin embargo, que la defensa del orden establecido necesita instituciones, pero los cambios revolucionarios necesitan líderes que inspiren confianza para contrarrestar el temor naturalmente humano a lo desconocido, y es más fuente de seguridad algo concreto como una persona capaz de encarnar los anhelos revolucionarios del pueblo que un conjunto de ideas abstractas cuya identificación es mucho más complicada y prolongada que la de un líder. Es por eso que el liderazgo personal (como encarnación – y en tanto lo sea – del liderazgo de la vanguardia revolucionaria organizada) juega un papel crucial en la primera etapa de un proceso revolucionario, porque aunque la revolución la hagan los pueblos y las vanguardias revolucionarias, esos pueblos y vanguardias no tendrán el imaginario colectivo revolucionario requerido para el impulso revolucionario primigenio sin ese liderazgo personal al que hacemos referencia, y al que sin embargo le sería casi imposible cumplir su cometido si se concibe como sustituto de los métodos científicos de dirección, que incluyen el carácter colectivo de ésta como parte del centralismo democrático; sustitución que implica un gran peligro de que el líder se transfigure en un caudillo cada vez más divorciado de lo que el proceso revolucionario requiere de su actitud y su conducta.

Las revoluciones, pues, necesitan líderes; en cambio, la defensa del orden que la revolución debe cambiar sólo necesita administradores que pueden ser relevados cada cierto tiempo sin mayores problemas. Esta es una ventaja política de la derecha, que puede así presentar propagandísticamente a los líderes revolucionarios como aferrados al poder a título personal. Otra ventaja de la derecha en este sentido es que la necesidad del liderazgo personal dificulta la incorporación en el imaginario social, de que es un nuevo proyecto de sociedad lo que está en marcha y de que por tanto, no se trata simplemente de un buen gobernante que se preocupa por el pueblo, sino de un proceso revolucionario cuyo sostén está en la lucha revolucionaria de los sectores más conscientes del pueblo, más que en la presencia personal de un líder, lo cual es decisivo en la formación de la nueva conciencia social, y en lo cual, paradójicamente, la labor educativa del líder es fundamental, y parte indispensable de la misión que al respecto tiene la vanguardia, sin cuya presencia con todos sus atributos aumenta exponencialmente el peligro de que el líder no juegue un papel revolucionario o que deje de jugarlo en determinado momento. Sin liderazgo no hay revolución, y sin vanguardia política organizada no hay liderazgo revolucionario.

En vista de lo planteado sobre el nuevo modelo político socialista, el principio rector apropiado para describirlo puede ser: la vanguardia para dirigir (como el sujeto político de la nueva revolución con rumbo al socialismo, o lo que es igual, sujeto conductor del proceso revolucionario) desde su presencia organizada permanente en todos los ámbitos de la vida social y en los espacios institucionales creados por la revolución para que desde ellos el pueblo ejerza directamente el poder; el pueblo para mandar (las clases populares puestas de manifiesto en la nueva figura del ciudadano en tanto sujeto social y político protagónico de la democracia directa como modelo político del nuevo socialismo) mediante su potestad decisoria ejercida desde una institucionalidad creada y/o estimulada con tal propósito por la vanguardia revolucionaria; y el gobierno para obedecer lo que el pueblo mande a través de esos nuevos mecanismos institucionales (es decir: la vanguardia para dirigir, el pueblo para mandar y el gobierno para obedecer).

Una muestra de la necesidad de la vanguardia es el hecho de que los ciudadanos de la democracia representativa, por lo general, no demandan el poder colectivo para sí mismos, limitando sus aspiraciones a que el poder se ejerza de alguna manera en su beneficio, al igual que sucede con los trabajadores sindicalizados, los cuales como clase en sí, no demandan espontáneamente el poder político para la clase a la cual pertenecen, sino reivindicaciones enmarcadas en un sistema que incluye el ejercicio del poder por las clases sociales que les son adversas; de modo que solamente una vanguardia revolucionaria que sea la expresión organizada de los individuos que han trascendido la subjetividad del ciudadano individual y pasivo para alcanzar la del sujeto social activo y que encarnan la conciencia de las clases populares como clases para sí, tiene la posibilidad y la capacidad de crear un nuevo poder, que al ser ejercido directamente por las clases cuyos intereses se oponen al carácter reaccionario del poder como tal, termine perdiendo su carácter como medio de dominación política para convertirse en la capacidad del ser humano para controlar su propia existencia social; es decir, la vanguardia revolucionaria (y sólo ella) crea un poder que no es para sí misma (y que sólo ella puede crear), sino para la clase cuyos intereses defiende esa vanguardia, los cuales tienen como máxima expresión la transformación revolucionaria de la sociedad y la construcción social consciente, que constituyen la razón de ser de esa vanguardia revolucionaria.

El socialismo como nuevo modo de producción y distribución. El comunismo como nuevo modo de distribución y como nueva civilización.

Por su parte, el nuevo modelo económico socialista consistiría en la socialización autogestionaria o cuentapropista de la propiedad sobre los medios de producción para el ejercicio directo de la propiedad y el control de la producción por los trabajadores. En el ámbito ideológico-cultural, vinculado estrechamente con el económico (productivo-distributivo), la clave estaría en el peso creciente de los estímulos morales y materiales de tipo colectivo para el trabajo capaces de generar el aumento gradual de las motivaciones espirituales para el mismo, haciendo así posible el paso de la distribución según el trabajo a la distribución según las necesidades, en el marco del también creciente control de la producción por los trabajadores.

El límite de las necesidades tendría que pasar por la ya mencionada incorporación en la nueva conciencia social, de la capacidad de apreciar lo propio, la cual junto a la motivación espiritual para el trabajo, depende del aprecio de lo espiritual por encima de lo material, en oposición al inviable aumento irracional de las necesidades materiales tan característico de la mentalidad humana en la sociedad de consumo, una de tantas razones por las que el Che contradecía la afirmación marxista manualesca de que el principio fundamental del socialismo es la satisfacción de las necesidades materiales crecientes de los individuos, planteando en su lugar su postulado marxista revolucionario de que la ley fundamental del socialismo es la planificación, lo cual podemos interpretar a la luz de sus demás planteamientos, como la capacidad de la sociedad para saber lo que es necesario para su más pleno desarrollo espiritual y a partir de ello, definir las necesidades de su desarrollo material que si bien es determinante en última instancia, por eso mismo debe colocarse al servicio de lo anterior; algo que en su relación con lo anterior también lo plantea Raúl Sendic citando a Gandhi en el sentido de que no se trata de multiplicar las necesidades hasta el infinito, sino aislar las esenciales y solucionarlas.4 La iniciativa personal y el funcionamiento propio de una sociedad racionalmente organizada y espiritualmente definida mediante valores predominantes que se corresponden con la condición humana, se encargan del resto.

Estamos refiriéndonos, pues, al paso del viejo socialismo (estatista en lo económico y burocrático en lo político) al nuevo socialismo (autogestionario o cuentapropista en lo económico y protagónico en lo político), el cual como nuevo modelo histórico se encuentra en construcción práctica y teórica. En América Latina y el Caribe (a excepción de Cuba) se trata de un modelo socialista del siglo XXI surgido directamente del capitalismo, mientras en Asia y Cuba son modelos correspondientes al socialismo del siglo XX en proceso de adecuación a las nuevas condiciones históricas, a excepción de Corea del Norte, donde se mantiene un modelo socialista con características culturales propias y que no ha sufrido transformaciones significativas desde su instauración a mediados del siglo XX. En el caso de Cuba, su particularidad ha estado en la fuerte influencia de las concepciones marxistas del Che (que sin embargo, no siempre prevalecieron en la conducción política revolucionaria cubana) y la fuerza del liderazgo de Fidel Castro, firme partidario e inspirador en gran medida, de los planteamientos guevarianos.

Hacia el mayor grado posible de invulnerabilidad e irreversibilidad de los procesos revolucionarios.

Pero cada nación, país y región tiene sus propias particularidades en el marco de un mismo contexto histórico, de donde surgen los modelos socialistas territoriales, precisamente originarios del modelo histórico, que es común a todos ellos, porque es de la práctica que nace la teoría, aunque sin ésta la primera pierde su sentido de orientación y se frustra. Igual sucede con la estrategia de lucha revolucionaria a nivel mundial. Pero para definir el nuevo modelo socialista histórico, indispensable en un cambio de época como el que vivimos; para diseñar una estrategia revolucionaria mundial y continental, algo vital en un mundo en el cual, más que nunca antes, lo que sucede en una parte de él influye en otras y en todas partes; para que los modelos alternativos regionales y las estrategias de lucha nacionales puedan enriquecer el modelo histórico y la lucha revolucionaria a nivel global, es necesaria la organización mundial de vanguardia del movimiento revolucionario.

Las características específicas de tal organización (que permitan combinar la acción conjunta de los revolucionarios del mundo con respeto a la diversidad territorial y cultural, y que impida cometer viejos errores de otras experiencias históricas similares) son ya otro tema, al que nos hemos referido en otros momentos. Lo importante es no tan sólo saber que esto es necesario, sino hacer algo al respecto y sobre la marcha, definir lo que la realidad demande. De ahí el llamado simultáneo que a finales de 2010 hicieran líderes como Hugo Chávez y Daniel Ortega, a organizar lo que el primero llamara la Quinta Internacional y el segundo, la Internacional de los Pueblos.

Si algo está demostrando el imperialismo es que piensa y actúa globalmente, aunque esa acción se manifieste inicialmente a nivel local, mientras ciertos gurúes a su servicio, profetas de la eterna miseria espiritual y material, nos llaman a pensar globalmente y actuar localmente. Si la tendencia que se impone en las filas progresistas y revolucionarias en el mundo es a no trascender lo territorial, la izquierda y el movimiento revolucionario serán derrotados y esta vez, sería para siempre, perdiendo una oportunidad histórica irrepetible cuando lo que está en juego es la supervivencia misma de nuestra especie.

O se impone la irracionalidad y la falta de principios con la ayuda indispensable de nuestros cálculos mezquinos y estúpidos alentados por el carácter reaccionario de las diminutas parcelas de poder que ejercemos, y la humanidad sucumbe; o se impone la racionalidad y la espiritualidad propias de nuestra condición humana, gracias a la indispensable trascendencia de lo individual hacia lo social en la actitud revolucionaria ante la vida, según la cual el sentido de ésta es la revolución, de manera que la humanidad sobreviva y se supere a sí misma como es capaz de hacerlo el ser humano a nivel individual y como lo haremos todas y todos cuando así lo propicien las nuevas condiciones sociales que habremos creado con el triunfo del movimiento revolucionario, con el triunfo de los pueblos y con la derrota final y total del imperialismo.

La reacción mundial a través de sus formidables centros de poder promueve en estos momentos la estrategia de los golpes de Estado light contra gobiernos considerados hostiles a las políticas hegemónicas de las grandes potencias imperialistas. Tales golpes de Estado se caracterizan por surgir de situaciones artificialmente montadas sobre la base de ciertos temas debidamente manipulados y alrededor de los cuales se generan determinados estados de opinión mediante la industria mediática y los ejércitos cibernéticos que actúan desde las redes sociales para crear realidades cuyo origen virtual no evita su condición práctica, y que aunque también pueden ser utilizadas en contra del sistema mundialmente dominante, las fuerzas revolucionarias dispersas no lo han hecho eficazmente, pues la mayor parte de los simpatizantes y militantes de izquierda o aislados individuos antisistema que hacen uso de estos medios no trascienden la virtualidad del ciberespacio por esa dispersión como expresión de la falta de organización, creyendo en muchos casos que se puede hacer la revolución sin pasar de las redes sociales virtuales a la organización social y política real, única capaz de llevar a la práctica el cambio revolucionario.

Los golpes de Estado en cuestión son tales no siempre por el hecho de que una parte del Estado violenta el orden legítimamente constituido imponiéndose contra el mismo a la otra parte, sino porque los poderes fácticos locales y/o mundiales imponen su voluntad al poder institucional legítimamente constituido, lo cual se disfraza convenientemente como levantamiento popular, cuando en la mayoría de los casos son bandas de perturbados a quienes de pronto se les hace sentir dueños de una situación que en realidad está controlada por esos grandes centros de poder causantes de todas las desgracias sociales imaginables, incluyendo las que atraviesan algunos de quienes se involucran en tales situaciones.

Lo que podríamos llamar la versión “guarimbera” de esta variante intervencionista tiene en Venezuela la particularidad de ser el primer ensayo de este tipo en las actuales circunstancias mundiales, en un país donde se desarrolla un proceso revolucionario de construcción del nuevo modelo socialista histórico, además de ser el impulsor de la actual ofensiva política de la izquierda en América Latina y el Caribe, que a su vez se constituye como la avanzada de la nueva oleada revolucionaria mundial después del colapso de los viejos modelos socialistas en la Unión Soviética y Europa del Este. En este caso se ha combinado la incidencia de los poderes fácticos en franco debilitamiento y aprovechando lo que sería su última oportunidad de acción en alguna medida efectiva, con la participación de poderes institucionales locales que cuentan con el peligroso control jurídicamente legítimo de personal armado (policial y de seguridad), aunque muy limitados y sin posibilidad bélica alguna en comparación con las fuerzas armadas, en las que hay una clara hegemonía revolucionaria.

Algo que no podrán comprender las fuerzas reaccionarias es que la fortaleza política de la Revolución Bolivariana hace que esta aventura de la reacción mundial en el país sudamericano sea inviable para el derrocamiento del poder revolucionario. La tendencia actual indica el gradual debilitamiento de la ofensiva derechista en ese país, en gran medida gracias a la inteligente y aleccionadora estrategia de la dirigencia bolivariana, de responder inmediatamente a la histeria guerrerista contrarrevolucionaria con alegría pacífica revolucionaria; es decir, la estrategia de responder a la violencia con paz, al menos mientras las condiciones lo permiten y haciéndolo de modo que se pueda evitar el advenimiento de condiciones distintas en ese sentido.

Una derecha que ha batido récords en derrotas políticas consecutivas sólo puede tener como salida la desestabilización y si fuera posible, la guerra. Por la trascendencia continental de lo que ocurre en Venezuela, todo lo que allí sucede adquiere dimensiones continentales. El sorpresivamente ajustado resultado electoral en El Salvador es una muestra de ello, y convierte en una verdadera proeza sin precedentes ese triunfo histórico del FMLN frente a la campaña sucia del miedo basada en la situación que llegó a crear artificialmente la ultraderecha fascista en Venezuela. La maniobra de la derecha cavernaria salvadoreña (célebre por sus crímenes de lesa humanidad) de presentar los hechos protagonizados por sus homólogos venezolanos como algo que sucederá en El Salvador, llegó a tal extremo que estuvieron empeñados en “guarimbear” El Salvador aún antes de asumir el gobierno Salvador Sánchez Cerén.

Situaciones como estas, pero también cualquier otra situación definitoria del futuro en el continente y muy posiblemente en el mundo, solamente pueden ser encaradas exitosamente por el movimiento revolucionario desde una vanguardia organizada a nivel continental y mundial, independientemente del nombre y eso sí, con características que la hagan efectiva y superior a otras experiencias históricas similares. Esto no invalidaría los espacios de convocatoria ya existentes a nivel continental y mundial, pero cuya naturaleza es otra y que sin embargo seguirían siendo necesarios, como el Foro de Sao Paulo y el seminario anual de partidos progresistas y de izquierda convocado desde los años noventa por el Partido del Trabajo de México, que son hoy por hoy, las más notables expresiones de convocatoria de la izquierda a nivel mundial, aunque deben dar pasos sustantivos en busca de una mayor efectividad práctica de sus deliberaciones, como lo ha hecho ya el Foro de Sao Paulo en cierta medida y en gran parte producto, precisamente, de este debate sobre la necesidad de mayores niveles de organización de la izquierda a nivel continental y mundial, acerca de lo cual nadie debería olvidar el llamado de Hugo Chávez en el XVIII Encuentro del Foro de Sao Paulo en Caracas, a contar no solamente con análisis, discursos y listas de acciones a realizar, sino también con el Plan de Batalla, el Comando y sobre todo, el Ejército Revolucionario para librar una lucha que no podrá triunfar si no adquiere ese nivel organizado continental y mundial en términos estratégicos y programáticos que aún no tiene, y que urgentemente debe tener.

Desde nuestro punto de vista, lograr la meta de la organización mundial revolucionaria de vanguardia (sin la cual disminuyen dramáticamente las posibilidades de sobrevivencia y consolidación del proceso revolucionario latinoamericano y caribeño, así como el paso a la ofensiva del movimiento revolucionario a nivel mundial) sería la mejor manera de mantener presente entre nosotros (en nuestra acción, nuestro pensamiento y nuestros sentimientos revolucionarios) a ese líder revolucionario mundial de estos nuevos tiempos que fue y es Hugo Chávez. Ya es momento de que pasemos de las loas solemnes a las acciones prácticas como homenaje a referentes revolucionarios tan universales como el Che y Chávez, entre cuyas características comunes estuvieron su rechazo a las loas y solemnidades, y su verdadera pasión por poner de manifiesto sus ideas en la práctica.

La organización de la vanguardia revolucionaria a nivel mundial y la apropiación del proceso revolucionario por las clases populares mediante el diseño e implementación del nuevo modelo en lo político y lo socioeconómico, así como a través de su instalación en la conciencia social, son indispensables para lograr el mayor grado posible de invulnerabilidad e irreversibilidad de los procesos revolucionarios, lo cual no significa que éstos puedan ser invulnerables e irreversibles en términos absolutos, pues como bien señala Mao Tse-tung, no hay recetas generales suficientes para hacer lo necesario en cada momento histórico y en cada situación específica, de modo que cada circunstancia sociohistórica requiere de la iniciativa suficiente para la creación intelectual que permita saber cuál es la acción específica que demanda el momento y el lugar donde la revolución o la construcción del socialismo están a la orden del día.

Es interesante lo que dice al respecto Gérard Boulakian en su sobrecogedora obra El testamento de Mao, en el sentido de que para Mao no basta poner en práctica hoy los valores de mañana con el convencimiento de que ello sólo ayudará a conseguir la sociedad del futuro (…) Mao creía que los hombres deben ser aguijoneados sin cesar (…); la Revolución no morirá si se “está encima de ella” (…) Mao intuyó que el líder revolucionario no ha de emplear siempre las mismas técnicas, sino que ha de idear continuamente otras nuevas. Sin ello, la Revolución sucumbiría…5

Las ideas revolucionarias, a diferencia de las reaccionarias, apuestan a la capacidad del ser humano para tomar el control de su existencia social creando una realidad socioeconómica y política que se corresponda con su condición o lo que es igual, con su racionalidad y su espiritualidad; es decir, su capacidad para crear una realidad social a la altura de sí mismo; algo además indispensable para que lo ya hecho en similar medida con la realidad material no termine siendo una catástrofe que ponga fin a la existencia humana.

Las ideas revolucionarias tienen la gran ventaja sobre las reaccionarias, de que las grandes metas que de ellas se derivan no pueden ser presentadas por sus adversarios como algo no deseable para el género humano, sino a lo sumo como algo imposible de lograr. Por tanto, la diferencia entre las ideas revolucionarias y las que no lo son es que al contrario de éstas (que invitan al ser humano a no creer en sí mismo), las ideas revolucionarias tienen como punto de partida la convicción de que el ser humano es capaz de crearse a sí mismo mediante la creación de una realidad social en correspondencia con la mayor sabiduría imaginable y con los más preciados valores forjados en la formación de su espiritualidad, máxima expresión de la condición humana misma.

Ser revolucionario es creer en la capacidad de realización espiritual a nivel de toda la humanidad mediante la superación de sí mismo que cada individuo es capaz de lograr en determinadas circunstancias, llevada a nivel de toda la sociedad; es por tanto, creer en la posibilidad de la felicidad para toda la sociedad humana, creando las condiciones adecuadas para ello; adquirir y si es posible, crear el conocimiento científico y la sabiduría que son necesarios para hacer de esa posibilidad una realidad; convertir eso en razón de ser, luchar organizadamente para lograr ese objetivo y dedicar a eso la propia vida; es por tanto, ser protagonista consciente de la lucha del ser humano por crear una realidad social a la altura de su propia condición como tal, es decir de su racionalidad y espiritualidad. Las grandes metas de la revolución son por eso mismo como la felicidad: Se alcanzan en el camino que conduce a ellas. Quizás por eso en Nicaragua a nuestra Revolución Sandinista, por costumbre guerrillera, le pusimos un pseudónimo: el Proceso.

Aplicando en Nicaragua las ideas aquí expuestas nos ha ido muy bien. Lo sabe cualquiera que esté medianamente informado y en otras ocasiones nos hermos referido a ello, por lo cual aquí solamente nos referiremos a que hemos aprendido el peligrosísimo arte de vencer al enemigo con sus propias reglas del juego llegando al extremo de casi ser partido único a punta de votos en el contexto de la democracia representativa que estamos sustituyendo gradualmente por la democracia directa. Justo es decir que nuestros logros habrían sido imposibles sin el apoyo de la Unión Soviética, el ejemplo y el apoyo de la Revolución Cubana y el apoyo vital que recibimos de la Revolución Bolivariana.

En 1959 triunfó la Revolución Cubana, que inauguró toda una época, destruyendo el mito de la “cortina de hierro” y recuperando para América Latina el carácter revolucionario del marxismo a partir del pensamiento de nuestros próceres. Veinte años después, en 1979, triunfó la Revolución Sandinista, que dejó atrás el mito de la excepcionalidad del triunfo de la lucha armada en Cuba y la consiguiente imposibilidad de otra experiencia similar en nuestro continente. Luego de otros veinte años, en 1999, triunfó la Revolución Bolivariana, dando inicio a la actual ofensiva revolucionaria en América Latina y destrozando el mito del fin de la historia y las ideologías, y de la irreversibilidad de la más grande derrota sufrida por el movimiento revolucionario en su historia con el derrumbe de la Unión Soviética.

Falta poco ya para se cumplan otros veinte años desde el triunfo de la Revolución Bolivariana. Los revolucionarios no podemos esperar a que suceda algo: Debemos hacer que suceda lo que debe suceder. La necesidad histórica no actúa por su propia cuenta: es la vanguardia política revolucionaria organizada, producto ella misma de una necesidad histórica, la que debe actuar para responder a ésta, como lo es en este momento la organización de la vanguardia revolucionaria mundial que, consensuando una estrategia y definiendo con mayor nitidez el nuevo modelo socialista histórico en la diversidad de realidades existente, logre la consolidación de los actuales procesos revolucionarios y modelos alternativos, y el avance de la lucha contra el sistema imperante, extendiendo la ofensiva revolucionaria al mundo entero, justo a tiempo para que la humanidad sobreviva a su negación por un sistema que es causante de todas sus desgracias y se encamine hacia una realidad en la cual la sociedad humana se corresponda con la condición que le es propia.

1 Lenin, Vladimir I., La bancarrota de la II Internacional, Editorial Progreso, Moscú, sf, p. 13.

2 Lenin, Vladimir I., Idem.

3 Marx, Carlos, Crítica del Programa de Gotha. Https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gotha.htm#i.

4 Sendic, Raúl, Reflexiones sobre política económica, Mario Zanocchi Editor, 1985, p. 59.


5 Boulakian, Gérard, El testamento político de Mao…, pp. 149 y 150, Plaza y Janés, Barcelona, 1977.

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