miércoles, 21 de agosto de 2013

El español que mató a Trotsky con un piolet


El español que mató a Trotsky con un piolet 

El 20 de agosto de 1940 el catalán Ramón Mercader entró en la Historia cuando, a golpe de piolet, le abrió la cabeza al líder revolucionario en su exilio mexicano. Fue su madre, una burguesa reconvertida en ferviente estalinista, quien le reclutó como agente soviético. Durante años, estuvo rodeado por un halo de misterio, que él mismo fomentó al negarse a romper su silencio. Ahora, una documentada biografía arroja luz sobre esta enigmática figura. 



Por Juan Pando

Mercader, Herido. Trotsky se defendió mordiéndole
en la mano. Sus guardaespaldas hicieron el resto.
«No le matéis. Tiene que decir quién le envía», ordenó a sus guardaespaldas León Trotsky. A pesar de sus 60 años y de haber recibido a traición, por la espalda, un golpe brutal en el cráneo con un piolet o pico de escalar, el líder revolucionario tuvo aún fuerzas para enfrentarse a su agresor. Una reacción tan imprevisible que éste, un joven de 26 años, en su plenitud física, con una estatura imponente de 1,85 metros y un revólver en el bolsillo, no supo qué hacer, quedando a merced de quienes acudieron en auxilio de la víctima. La escena ocurría el 20 de agosto de 1940, en el despacho de la casa fortaleza de Coyoacán, Ciudad de México, en la que vivía exiliado el anciano revolucionario.

La muerte, horas después, ya el 21 de agosto, de Trotsky –artífice con Lenin de la Revolución bolchevique y creador del Ejército Rojo– abrió el que fue durante años uno de los grandes enigmas de la Historia. ¿Quién era realmente ese joven apuesto, cortés, rico, apolítico y cosmopolita que había logrado llegar hasta el viejo líder, saltándose todas las medidas de seguridad que lo protegían, gracias a su noviazgo con la trotskista norteamericana Sylvia Ageloff, secretaria eventual del político? Más importante: ¿formaba parte de un complot urdido por los servicios secretos de la Unión Soviética por orden de Stalin, máximo dirigente del país y enemigo acérrimo de Trotsky?.

Aunque éste era el heredero natural de Lenin, Stalin lo había desplazado del poder, expulsándolo en 1929 de la Unión Soviética. Desde entonces, Trotsky –acusado de traidor por la mayoría de sus ex correligionarios y sin ningún país que quisiera darle asilo– había peregrinado por Turquía, Dinamarca, Francia y Noruega antes de hallar cobijo en México invitado por el presidente Cárdenas y el matrimonio formado por los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo. Nunca cejó, sin embargo, en su guerra personal con Stalin, quien, a su vez, persiguió a sus parientes y le acusó de patrocinar el terrorismo contra su país y de connivencia con los nazis alemanes para derrocar a su gobierno.

El misterioso asesino trató de disipar cualquier duda en el momento de su detención cuando –maltrecho por los golpes que había recibido de los guardaespaldas, en la cabeza, y con un mordisco en una mano que le propinó el propio Trotsky– entregó a la policía mexicana una prolija carta en francés, mecanografiada, en la que daba su versión de lo ocurrido. Se identificó como el periodista belga Jacques Mornard; así lo conocían en los círculos trotskistas, donde se sabía que usaba también la identidad de Frank Jacson, ingeniero canadiense. Ambas creíbles por igual, ya que hablaba francés e inglés con fluidez, pero parecía desconocer el español.
Con Dolores Ibárruri (a la dcha.) en la Casa de España, en Moscú.«Fui un devoto adepto de León Trotsky», explicaba en el extenso escrito inculpatorio. Conocerlo «constituyó un gran desencanto (...). Me encontré ante un hombre que no deseaba más que satisfacer sus deseos de venganza (...). Me propuso ir a Rusia con el fin de organizar allí una serie de atentados contra diferentes personas y en primer lugar contra Stalin (...). Desde ese momento no subsistió ya alguna duda en mi ánimo de que Trotsky no tenía otro objetivo en su vida que el de servirse de sus partidarios para satisfacer sus fines personales mezquinos (...). Decidí sacrificarme totalmente, quitando de en medio a un jefe del movimiento obrero que no hace más que perjudicarlo».

Una confesión que resultó inútil porque nadie le creyó, circunstancia que, no obstante, no le hizo variar ni un ápice su versión. Siempre sostuvo, a pesar de los interrogatorios, los golpes, los exámenes psiquiátricos y la amenaza de una larga condena en prisión, que era Jacques Mornard Vanderdresch, belga nacido en Teherán (entonces Persia, hoy Irán) el 17 de febrero de ?104 cuando su padre estuvo destinado en ese país. Que había comprado en París, en el mercado negro, un pasaporte canadiense a nombre de Frank Jacson para poder viajar a Estados Unidos, y que había matado a Trotsky sólo porque había defraudado las expectativas que había generado en él su ideología.

Veinte años de prisión por homicidio. Únicamente durante el juicio, como clara estrategia de defensa, sostuvo que había actuado en legítima defensa. Afirmó que en el fragor de una discusión Trotsky le amenazó con una pistola, él repelió el ataque con un piolet, adminículo que poseía porque practicaba la escalada (algo que se consideró una invención) y que lo tenía encima porque lo había llevado a un carpintero (lo que era verdad) para que recortara el mango (en realidad, para que fuera más fácil ocultarlo bajo la ropa). Su condena, en 1943, a 20 años de prisión por homicidio con alevosía y a indemnizar a la viuda de la víctima, Natalia Sedova, con 7.500 pesos zanjó sólo el expediente judicial.

Hubo que esperar hasta 1950 para establecer documentalmente lo que era un secreto a voces en los círculos comunistas: que el asesino de León Trotsky era, en realidad, el agente estalinista Jaime Ramón Mercader del Río, nacido en Barcelona el 7 de febrero de 19?3 (de 19?4, según algunas fuentes). La identificación fue posible gracias al criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, uno de los expertos mexicanos que lo trataron. Éste localizó, durante un viaje a Barcelona, la ficha policial de su detención en 1935 por asistir a una reunión clandestina para reorganizar las juventudes del Partido Comunista de Cataluña. El descubrimiento puso en evidencia el complot de Stalin para acabar con Trotsky.

A partir de entonces encajaron todas las piezas de la rocambolesca historia de Ramón Mercader, quien ha inspirado dos películas: El asesinato de Trotsky (1972), de Joseph Losey (con Alain Delon encarnando al catalán y Richard Burton a su víctima), y Asaltar los cielos (1996), documental de José Luis López-Linares y Javier Rioyo. Su figura vuelve a adquirir actualidad con la publicación de El grito de Trotsky (Editorial Debate), la biografía más completa escrita hasta ahora sobre el personaje, obra del veterano y reconocido periodista mexicano José Ramón Garmabella. Ramón era el segundo de los cuatro hijos de Pau Mercader y Caridad del Río, dos vástagos de la alta burguesía catalana.

La familia fue, sin embargo, a menos y los retoños de la pareja se criaron entre España y Francia, país al que se los llevaba Caridad cuando tenía problemas conyugales. Él estudió hostelería y trabajó de camarero hasta que lo captó como agente soviético su propia madre. Ésta, tras reconvertirse en ferviente estalinista, cofundó el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), formó parte del piquete que detuvo al general Goded al declararse la Guerra Civil en Barcelona, ejerció de comisaria política de la columna Durruti y fue herida de gravedad en el frente.

Caridad Mercader (usaba el apellido de su marido) fue la pieza clave de los servicios secretos soviéticos para eliminar a Trotsky. La orden de ejecutarlo se la dio Stalin, en 1938, al temible Beria, jefe de la policía secreta –la NKVD, antigua Cheka y futura KGB–, quien comisionó a un alto oficial del departamento apellidado Eitington. Éste estaba entonces combatiendo en España bajo el alias de Kotov y, casualmente, en París había sido amante de Caridad. Les había pagado los estudios a sus hijos, que lo veían como un segundo padre, y de la relación de la pareja –según cuenta Garmabella en su libro– nació un hijo, Luis, que Pau Mercader reconoció como propio.

La colaboración de Caridad Mercader resultaba esencial porque era de total confianza, hablaba español y tenía amigos en México, país que había visitado en 1936 para recaudar fondos al declararse la Guerra Civil. Ella reclutó a su propio hijo, a quien fue a buscar al frente de Guadalajara. El plan inicial era que Ramón se hiciera pasar por el rico playboy belga y periodista eventual Jacques Mornord, que enamorara a la trotskista americana Sylvia Ageloff –residente en Nueva York pero de vacaciones en París– y que a través de ella llegara hasta Trotsky, ya que su hermana, Ruth Ageloff, era nada menos que la correo del revolucionario en Estados Unidos.

Ya en México, participó en un primer intento de acabar con el político ruso, asaltando a tiros su casa fortaleza de Coayacán en la noche del 24 de mayo de 1940. La operación, comandada por el pintor y comunista mexicano David Alfaro Siqueiros, fue un fracaso. Ramón decidió entonces asesinarlo él mismo. Llegó hasta su víctima gracias a Sylvia Ageloff, como estaba previsto. Mostró, por primera vez, interés en la política y pidió al revolucionario que le corrigiera un artículo de opinión que iba a publicar. Tras una visita de ensayo para rematar su plan, el 20 de agosto, cuando estaba solo con él en su despacho, golpeó de muerte al anciano mientras éste leía el manuscrito, dándole la espalda.

Reconocido por españoles exiliados. Eitington y su madre, que lo aguardaban con un coche a la puerta de la casa para facilitarle la huida, abandonaron el país de inmediato tras su detención. En contra de las leyendas al respecto, su hermano Luis Mercader sostuvo en sus memorias –publicadas en 1990– que Ramón fue identificado desde el principio por los comunistas y trotskistas españoles exiliados en México, ya que reconocieron su fotografía en la prensa, pero callaron. Este argumento ahora lo corrobora con datos José Ramón Garmabella en su libro, El grito de Trotsky. ¿Y por qué no hablaron? Unos por no comprometer a la Unión Soviética y al partido. Otros, incluidas las autoridades, para no alentar el clima de opinión contrario a los exiliados republicanos en el país.

Ramón y Roquelia en 1978.Mercader cumplió la mayor parte de sus 20 años de condena en la prisión de Lecumberri, donde en 1947 inició un noviazgo con la mexicana Roquelia Mendoza que acabó en boda. Se distinguió enseñando a leer a compañeros analfabetos y recibía visitantes ilustres como Pablo Neruda, Margarita Nelken y Sara Montiel.
Fue liberado el 6 de mayo de 1960, fecha en la que abandonó México hacia Moscú, donde fue condecorado Héroe de la Unión Soviética y vivió ?4 años. En 1974, tras sufrir un infarto pulmonar y cumplimentar innumerables trámites, logró el permiso para abandonar el país, instalándose con su mujer y sus hijos (adoptivos) en Cuba, donde había nacido Caridad Mercader.

Dos años después de la muerte de Franco, en 1977, pidió ayuda a Santiago Carrillo para volver a Barcelona, pero el entonces secretario general del Partido Comunista de España le impuso como condición que publicase sus memorias. «Jamás traicionaría a los míos bajo ninguna circunstancia», le respondió.
El ?8 de octubre de 1978, el asesino de León Trotsky –a quien, según dicen, atormentó hasta sus últimos días el gemido que profirió su víctima al recibir el golpe mortal del piolet– falleció en La Habana de cáncer sin romper su silencio. Tenía 65 años. Sus cenizas reposan en una tumba próxima a la del famoso espía inglés Kim Philby, en el cementerio Kuntzevo de Moscú, reservado a los Héroes de la Unión Soviética.

«El grito de Trotsky» (Editorial Debate), de José Ramón Garmabella, sale a la venta el viernes 4 de mayo.

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