martes, 26 de abril de 2011

Horror en la Base Naval de Guantánamo: Decenas de enfermos mentales sufrieron torturas

Una treintena de presos del penal militar padecían enfermedades
psiquiátricas, varios intentaron quitarse la vida y al menos tres lo
lograron, en 2006, según documentos filtrados por Wikileaks a varios
diarios, que muestran a unos interrogadores obsesionados por dar con el
paradero de Osama Bin Laden y reflejan la violencia que marcaba las
relaciones entre guardianes y prisioneros.
 
La política de Guantánamo se basa en el ‘por si acaso’. Todo depende de su
‘posible’ relación con grupos terroristas, de los que según los informes,
solo un 22% de los presos han resultado ser de especial interés para los
Servicios de Inteligencia estadounidenses, del 78% restante su nivel
informativo era medio o bajo.
 
Modulá Abdul Raziq, de 40 años, consumía sus propias heces, bebía champú y
embadurnaba con excrementos su cuerpo desnudo en una celda de Guantánamo. Es
uno de los presos que menos tiempo ha permanecido en el penal, ocho meses, y
fue transferido a Afganistán en septiembre de 2002, antes de que comenzaran
los juicios que revisan el estatuto de combatiente enemigo.
 
El afgano logró la libertad no porque los norteamericanos reconocieran su
equivocación, sino porque su lamentable estado psiquiátrico “dificulta o
imposibilita obtener información durante los interrogatorios”, según señala
un informe secreto en el que el general de brigada Michael R. Lehnert, del
cuerpo de Marines de Estados Unidos, pide su repatriación a Afganistán.
 
Treinta presos en Guantánamo padecían enfermedades psiquiátricas,
depresiones profundas, graves trastornos de personalidad y varios
protagonizaron reiterados intentos de suicidio que en algunos casos se
consumaron, según las evaluaciones médicas a las que se les sometía en el
campo Rayos X al ingresar en el centro carcelario y que ahora salen a la
luz.
 
Los documentos secretos del Departamento de Defensa
norteamericano<http://www.elpais.com/articulo/internacional/abusos/Guantanamo/descubierto/elpepuint/20110425elpepuint_4/Tes>a
los que ha tenido acceso EL PAÍS demuestran que pese a su enfermedad
la
mayoría pasaron años encerrados antes de ser trasladados a sus países de
origen. La búsqueda de información primó por encima de la salud y como en el
caso del afgano Modulá Abdul Raziq solo fueron entregados cuando se comprobó
que su lamentable estado impedía obtener información de inteligencia fiable
sobre Al Qaeda y sus grupos asociados.
 
Modulá fue detenido en Afganistán por fuerzas antitalibanes y llegó a
Guantánamo en enero de 2002. El informe del general Lehnert señala que en
los primeros interrogatorios el preso aseguró que tenía problemas
matrimoniales, adicción a los narcóticos y que ya entonces se le
diagnosticaron síntomas de esquizofrenia y otras anomalías psicóticas.
Durante su traslado en avión hasta el penal tuvo que ser sedado y maniatado.
 
Desde su llegada exhibió “extremos comportamientos psicóticos” como rasgar
su uniforme, atar trozos de ropa en sus extremidades, consumir sus heces,
beber champú, orinar en su cantimplora, arrojar agua sucia y escupir a los
guardianes. “El equipo de psiquiatras asegura que el detenido número 356 es
incapaz de facilitar un testimonio veraz. Los interrogatorios en Guantánamo
han determinado que no es miembro de Al Qaeda. Debido al estado mental, el
detenido es incapaz de facilitar información real o de cualquier
naturaleza”, aseguró el general en su informe.
 
La enfermedad de Modulá Abdul se convirtió en un problema para los
guardianes de Guantánamo. “El detenido 356 es un problema de seguridad en el
campo Rayos X donde sus acciones agitan a otros detenidos y obligan al
personal a centrarse en él”, argumenta Lehnert. “Recomiendo que sea
trasladado del campo y repatriado a Afganistán para que sea tratado por las
propias agencias (de inteligencia) de su país”. El general estima que un
tribunal lo declararía incapaz y cree improbable que las autoridades afganas
le permitan volver a unirse al enemigo.
 
En Guantánamo se han producido docenas de intentos frustrados de suicidio
entre la población reclusa, según revelan los informes de evaluación del
Departamento de Defensa de EE UU. La salud del detenido es el primer
parámetro que recogen estos informes secretos después de los datos
personales, nombre y apellidos, alias, lugar de nacimiento y nacionalidad. A
la mayoría de los presos se les atribuye buena salud, aunque en muchos casos
se recogen a continuación un rosario de dolencias o carencias físicas
importantes.
 
Juma Muhamed Abd al Latif al Dosari, de 38 años, natural de Bahréin, ostenta
el récord del campo. Su informe le atribuye hasta una docena de “serios”
intentos de suicidio. “El más reciente fue en diciembre de 2005, cuando se
cortó el cuello”, recoge su ficha fechada en julio de 2006 y firmada por el
contraalmirante Harry B. Harris. “Tiene un importante desorden depresivo,
personalidad limitada con trato pasivo y agresivo…”, continúa el párrafo que
arranca con la siguiente frase: “El detenido goza de buena salud”.
 
Ha pasado cinco años en Guantánamo, donde se le consideraba como un preso de
alto riesgo y alto valor de inteligencia por haber reclutado supuestamente a
una célula de yihadistas en Búfalo (EE UU). Un recluso le identificó como
cocinero de Al Qaeda. Fue transferido a Arabia Saudí.
 
El saudí Mishal Awad Sayaf Alhabiri, de 31 años, intentó suicidarse
colgándose en su celda y sufrió “significantes daños cerebrales por la
pérdida de oxígeno” hasta terminar en una silla de ruedas. “Ha estado
hospitalizado desde entonces y tiene impredecibles emociones y
comportamientos. Sufrió lesiones en la cabeza por un accidente de
motocicleta a los 18 años. También sufrió una amputación de su dedo índice
izquierdo y ha sido tratado aquí por depresión”, reconoce su informe,
fechado en 2004. Pese a que su evaluación aseguraba que el valor de
inteligencia de este preso era bajo, permaneció en Guantánamo durante tres
años hasta ser entregado a Arabia Saudí por recomendación del general de
brigada Jay W. Hood.
 
Pese a que en 2004 el Departamento de Defensa de EE UU hizo un informe sobre
Sahakruj Hamiduya, preso uzbeko de 31 años, en el que recomendaba su entrega
a otro país porque no era miembro de Al Qaeda ni representaba una amenaza,
permaneció siete años en su celda hasta que fue transferido a Irlanda en
2009. Este estudiante de taekwondo, que confesó haber ido a Afganistán a
participar en la yihad contra los infieles para vengar la muerte de un
familiar, se intentó suicidar en dos ocasiones con un trozo de sábana.
Sufría alucinaciones. Su informe advierte que pese a no haber participado en
acciones terroristas ni tener significados lazos con estas organizaciones
“su conducta agresiva y pasado familiar lo convierten en un atractivo
objetivo para el futuro reclutamiento”.
 
Yasser al Zahrani murió en su celda de Guantánamo con 21 años. Según el
Ejército norteamericano se suicidó con su sábana el 10 de junio de 2006, el
mismo día que otros dos presos, en una acción coordinada de protesta. Había
entrado al campo con 17 años y en su ficha se aseguraba que su nivel de
riesgo era medio y el de inteligencia bajo. Murió tres meses después de que
se redactara su evaluación, en la que no se cita ningún riesgo de suicidio.
Los familiares y abogados de los tres presos cuestionan la versión oficial.
 
A ojos de los psiquiatras militares, la enfermedad de algunos presos se
transforma en peligro de militancia en los grupos yihadistas. Zakir Yan
Hasan, uzbeko de 37 años, al que le diagnosticaron depresiones, es un buen
ejemplo de lo que a juicio de los jefes del penal supone un riesgo potencial
porque “sus alteraciones psicológicas le hacen vulnerable al reclutamiento y
manipulación de las organizaciones extremistas, las cuales explotarían su
vulnerabilidad para utilizarlo en actividades terroristas”, dice su informe.
Zakir era mecánico de coches en un taller de su pueblo y acabó entrenándose
en Al Faruq, uno de los campos terroristas de Al Qaeda. Tras cuatro años en
Guantánamo fue entregado a Albania.
 
En esa misma lista de enfermos de riesgo figuró durante años Ayman Said
Abdulá Batarfi, de 41 años, médico yemení de Osama Bin Laden en las cuevas
de Tora Bora (Afganistán). “Tiene buena salud, pero pobre estado mental…
paranoia y esquizofrenia. No es dócil con el tratamiento a consecuencia de
su psicosis”, dice su informe secreto. Su cercanía al jefe de Al Qaeda, a su
escudero egipcio Ayman al Zawahiri y a los combatientes yihadistas a los que
asistió durante la invasión norteamericana de Afganistán en 2001 ha sido el
argumento principal para mantenerlo preso durante siete años hasta su
entrega a Yemen en 2009.
 
“El detenido es extremadamente inteligente y ha facilitado mucha información
sobre sí mismo y otros asociados a la ONG Wafa Humanitarian Organization
(para la que trabajaba)”, dice el contraalmirante Buzby en su evaluación. La
lista de la potencial información que podía facilitar en los interrogatorios
es interminable. Un recluso que luchó en Tora Bora le acusó de hacerse el
loco.
 
Los ancianos con demencia senil y depresión también pueden ser terroristas,
según los parámetros que rigen en Guantánamo.
 
El afgano Mohamed Sadiq, de 89 años, entró en el penal el 4 de mayo de 2002
y fue sometido a la prueba del polígrafo, donde se demostró que no sabía
manejar el teléfono satélite Thuraya que encontraron en un registro en su
casa. Tampoco conocía la identidad de una lista de teléfonos sospechosos de
estar relacionados con el movimiento talibán. Pasó cuatro meses encerrado en
su celda hasta que un informe del general de división Michael E. Dunlavey
recomendó su entrega a las autoridades afganas por su enfermedad y porque no
tenía “ningún valor de inteligencia para EE UU”.
 
El manual del interrogador
 
Cualquiera que interrogue a alguno de los detenidos en el penal de
Guantánamo debería saber la diferencia entre “la gran yihad” y “la pequeña
yihad”. La primera es un proceso íntimo que viene a ser el esfuerzo por ser
un buen musulmán. La segunda, que incluiría “luchar para proteger a otros
musulmanes”, “se ha popularizado recientemente como la guerra santa”,
explica uno de los manuales para interrogadores de la prisión estadounidense
en la isla de Cuba a los que han tenido acceso este diario y otros medios
internacionales.
 
El Departamento de Defensa de EE UU elaboró esa y otras guías para que los
interrogadores y los analistas pudieran contextualizar, y comprender, la
información que recibían de los presos. El objetivo era doble: conocer sus
actividades previas a ser encarcelados y también “la intención del detenido
de suponer una amenaza terrorista [en el futuro para Estados Unidos o sus
aliados] si tuviera la oportunidad [de hacerlo]“.
 
Uno de los manuales, que ocupa apenas cuatro folios y entre sus varias
fuentes cita la enciclopedia Wikipedia, empieza con una “breve historia del
conflicto de Afganistán” resumida en 10 líneas: desde la invasión soviética
de 1979 hasta que los talibanes tomaron el control del país, en 1996.
 
Otro de los manuales -titulado Matrices de indicadores de amenaza para
combatientes enemigos- detalla un largo listado de hechos que deben ser
tenidos en cuenta al evaluar si el arrestado en cuestión es miembro o
colaborador de la red Al Qaeda. El abanico es amplísimo. Incluye llevar un
reloj Casio de un modelo determinado, un teléfono satélite o dinero en
billetes de 100 dólares. Y una nota a pie de página explica a interrogadores
y analistas: “Es poco probable que un detenido sin trabajo y que lleve
cierto tiempo en Afganistán tenga un billete de 100 dólares. Y es conocido
que los líderes de Al Qaeda han repartido billetes de 100 dólares para
ayudar a los luchadores cuando escaparon de Afganistán”.
 
Otros indicadores son haber asistido a la boda de un hijo de Osama Bin
Laden, haber “viajado a Pakistán o Afganistán utilizando las rutas
generalmente utilizadas por la red terrorista Al Qaeda”, rutas que detalla
el documento o haber frecuentado ciertas mezquitas incluidas una de Quebec,
otra de Lyon y otra de Milán además de templos islámicos en Karachi o Saná.
 
Los documentos también detallan respuestas de los arrestados que deben hacer
saltar las alarmas al interrogador porque son, según EE UU, tapaderas
habitualmente utilizadas por miembros de Al Qaeda. Recomienda no fiarse
cuando alguien con educación básica asegure que iba a Afganistán a estudiar
o enseñar el islam. O señala que “viajar a Afganistán por cualquier motivo
tras los ataques terroristas del 11-S es seguramente una invención total
siendo la intención real apoyar a Osama Bin Laden mediante hostilidades
directas contra las fuerzas de EE UU”.
 
El Departamento de Estado alerta a los interrogadores sobre tácticas que
pueden usar los detenidos: “hablar lentamente”, cosa que “aburre y frustra
al interrogador”, “pedirle que repita la pregunta” o enredar al funcionario
en una discusión irrelevante, a menudo sobre cuestiones religiosas.
 
Las guías incluyen pautas para que los interrogadores de Guantánamo evalúen
y clasifiquen a los prisioneros: pueden recomendar que sigan encarcelados,
que sean transferidos o que sean excarcelados en función del riesgo que
suponen en opinión de las autoridades estadounidenses y cuán valiosa sea la
información que facilitan. Uno de los motivos para ser etiquetado como de
riesgo alto es “si [el preso] ha recibido entrenamiento terrorista avanzado
o posee destrezas únicas y la intención de apoyar futuras acciones
terroristas”.
 
El riesgo, en cambio, es de nivel medio “si posee algunas destrezas
especiales, educación u otras aptitudes para dirigir o apoyar el terrorismo
y es candidato a estar implicado en terrorismo en el futuro”. Se considera
que el riesgo es bajo, entre otras razones, “si ha tenido poca o ninguna
relación con terroristas, grupos terroristas o redes de apoyo a
terroristas”. Advierte el documento de que los indicadores “no son pruebas
de la culpabilidad o inocencia del detenido” sino meros indicadores de la
amenaza que supondrían de ser liberados.
 
*(Con información de El País y The Guardian)*
 

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